¿Qué tanto por una corona?



Nota: Esto no es un trabajo de investigación periodística ni mucho menos, es un simple y muy subjetivo relato de mi aún más breve experiencia en un ensayo previo al "magno evento de la belleza venezolana".

La cosa comienza así. Llego a El Palacio de Eventos una tarde bien soleada, sabiendo que supuestamente todo Maracaibo anda emocionadísimo porque por primera vez el Miss Venezuela será presentado aquí, cuando a mí no me podría dar más igual. Entrando al Palacio me encuentro con unos cien salserines agarrando sol, sentados frente a las puertas principales, quienes muy convenientemente decidieron aprovechar la situación para llamar la atención al hecho de que no les han pagado desde hace tanto que ni ellos mismos se acuerdan. Camino entre ellos y me adentro en el sitio, algo confundida y sin mucha seguridad de a dónde tengo que ir porque la verdad es que nunca he estado ahí. 

Por fin, subo un ascensor y llego a donde se supone que es la cosa. En la antesala se ven unas cuantas personas pegadas a los vidrios de las puertas intentando ver a Maite, a Chiqui, a Boris o simplemente cualquiera que se asome por aquellos lados, hasta los bailarines de Venevisión cuentan para sacar los teléfonos y las cámaras frenéticamente. Un par de gorilas de seguridad nos ponen a esperar, tienen que chequear nuestras credenciales y asegurarse de que estamos autorizados a pasar. Entramos. 

Lo primero que veo son las luces de la pasarela y el escenario. Todo, y hablo de absolutamente todo, es metalizado, brillante y con espejos, honestamente, la mitad del escenario parece decorada con papel aluminio. Los periodistas corren por todo el salón con sus camarógrafos persiguiéndolos, hay cada mujer -y hombres también- más maquillada y producida que otra dando vueltas, gente que según oigo es famosa me pasa por los lados pero estoy segura de nunca haberlos visto en mi vida. Mi único propósito es entrevistar a quien tengo que entrevistar, e irme. Por supuesto eso no va a ser tan fácil y una vez más, me toca esperar. 

Sentada mirando el espectáculo escucho la conversación de un periodista de farándula de un periódico local con alguna mujer que, según intuyo, es simplemente farandulera y ya. Comentan que las misses llegaron la noche anterior, se instalaron en sus habitaciones en el Hotel y a las cuatro de la mañana ya estaban despiertas; desde esa hora deben ir al gimnasio y entrenar para más tarde verse con los estilistas y comenzar con las preparaciones. Todo el proceso de arreglo, que incluye únicamente peinado y maquillaje, dura en total unas dos o tres horas o así comentan ellos. ¡¿Tú te imaginas lo que son tres horas con gente peinándote y embadurnándote de maquillaje desde las cuatro de la mañana?!. Ya para este momento yo estaba escandalizada.

Mientras tanto Kiara, Karina o como se llame, y sus bailarines están en el escenario ensayando lo que posiblemente será el peor cover de Lady Gaga en la historia, luego vienen las misses y comienza, para mí, el verdadero terror. Conste que estas niñas están despiertas desde las cuatro de la mañana, con estilistas persiguiéndolas a toda hora para asegurarse que se vean absolutamente perfectas mientras caminan en sus tacones de diez centímetros de alto y cargan esas cintas con el nombre de su estado en todo momento. Y ahí están, de punta en blanco en esa tarima practicando su coreografía. Frente a ellas se sienta un hombre que me asombra más por el estridente estampado de su camisa y el sweater perfectamente anudado a su cuello que por la gordura que le rebosa de la silla. 

Ahí está él, otro supuesto famoso del cual yo no tengo idea, muy tranquilo, sentado con micrófono en una mano y bastón en la otra, ordenando que paren la música a cada rato para gritar algo tipo: "¡Miss Carabobo! ¡¿Dónde está la sonrisa Miss Carabobo?!" aunque ella, como todas, parece petrificada de por vida con la misma expresión facial de una Barbie, o "¡¿Nueva Esparta qué haces ahí si tu vas a la derecha?!" "¡¿Para dónde vas tú Yaracuy?!". No me está gritando a mí y ya me tiene harta, todavía me sorprende cómo no le han clavado un tacón en la cara. Pero no, esas mujeres no muestran emoción alguna, solo sonríen. De verdad parecen hechas de plástico y no estoy hablando de sus implantes.

Tras hora y media de taconeo y baile, bajan del escenario a descansar unos minutos para ser recibidas por la horda de periodistas frenéticos haciendo toda clase de preguntas, tan ridículas y tan genéricas que estoy segura que en algún lado deben vender el guión que las contiene -"Guía práctica para periodistas de farándula. Capítulo IV: Entrevistas para concursos de belleza"- a las cuales todas responden con un tono de voz perfectamente modulado, sin perder sus sonrisas y su compostura en ningún segundo, algo así como unas Stepford Wives pero en skinny jeans, franelillas negras y diez años menos. Yo solo me pregunto, ¿se supone que estas niñas transformadas en muñecas autómatas representan a la mujer venezolana?.

Detesto los concursos de belleza y siempre lo he hecho, detesto la manera superficial, degradante y básica en la que representan a las mujeres, como si la belleza se midiera por tallas o litros de laca utilizados en la cabeza. Pero esta vez no pude evitar ver las cosas desde el lugar de las participantes y sentir curiosidad. Me pregunto, ¿qué lleva a una mujer a querer esto? y una vez que este se convierte en su sueño, ¿de verdad les parece suficiente la recompensa que quizás obtengan después de tanto trabajo y tanta molestia?.

Yo solo estuve unas pocas horas ahí, solo me asomé a un pedacito de la realidad que ellas deben haber estado viviendo desde hacía meses, pero aún así sentí algo de lástima al pensar en todo aquello por lo que tienen que pasar para tener la oportunidad de pararse en ese escenario, a ser juzgadas hasta en los más mínimos detalles y de la manera más subjetiva posible por un grupo de jueces rancios y estirados, para luego, de ser lo suficientemente afortunadas -porque ganar aquello no puede ser mucho más que suerte considerando que a todas las han programado para lucir y actuar exactamente iguales- obtener una corona, mientras las participantes restantes son desechadas y olvidadas de inmediato, ya que ninguna de ellas es la más bella.

¿Y en mi país aplauden y veneran esto?.






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Introducción


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Llevo toda la vida luchando contra el estereotipo de persona nula que mis papás me impusieron al llamarme María Virginia Parra. Escribo para la revista Tendencia y smartmusic.com.ve, tomo fotos de vez en cuando y puedo asegurar que cada detalle de mi vida está documentado en algún lado, de alguna u otra manera.
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